Trabajábamos en una serie diaria para una cadena privada. Fue hace unos años. La cosa no iba mal de audiencia, y en una época en que no se estilaba tanto lo de las tv-movies como ahora, la cadena nos pidió que escribiéramos unos cuantos capítulos que funcionasen como spin-off de la serie, en formato de minipelículas de 70 minutos, con vistas a emitirlos en prime-time. Un experimento, que visto lo que ocurre hoy en día, resultaba visionario.
Así que nos pusimos a ello. Los guionistas éramos los mismos de la serie, llevábamos mucho tiempo trabajando en equipo y, como suele ocurrir en esos casos, uno apenas necesitaba decir dos palabras para que los compañeros adivinasen qué iba a proponer. Cuando uno trabaja tanto tiempo bajo presión con las mismas personas, o su vida se convierte en un pequeño infierno, o se desarrolla una especie de telepatía que hace que el equipo sea capaz casi de sacar adelante cualquier proyecto sin apenas sensación de esfuerzo. Éste último era nuestro caso.
Escribimos un capítulo. Les gustó el guión. Se rodó. Se montó. Se entregó a la cadena. Les encantó. Hicieron cualitativos. Éxito rotundo. Pero... no terminaban de ponerle fecha de emisión. Escribimos otro capítulo. Leyóse, rodóse, montóse, entregóse. Los cualitativos, a tope. Los ejecutivos, flipando. Pero sin fecha de emisión.
Escribimos un tercer capítulo. Más rápido que nunca. Y nos salió mejor que nunca. Los tres guionistas que intervinimos estábamos de acuerdo en que era lo mejor que habíamos escrito para televisión en nuestras vidas. Los de la cadena lo leyeron. Al principio les gustaba. Mucho. Pero de pronto, en lugar de proponer los cambios habituales de cara al rodaje, dijeron que lo rechazaban. Que no iba con el espíritu de la serie. "Esto no es nuestra serie", dijeron.
Sólo que la serie, en realidad, era nuestra. La había creado nuestro coordinador. Nosotros la escribíamos todos los días. Si alguien en el planeta Tierra sabía qué era y qué no era nuestra serie, éramos nosotros. En otras palabras: ¿de qué coño nos estaban hablando?
Pero no había vuelta atrás. No querían correcciones, no querían cambios. No querían que el protagonista fuese más bueno, ni el malo menos malo, ni la historia de amor más romántica, ni el final más esperanzador. No. Lo habían rechazado. Enmienda a la totalidad. Metéoslo por donde os quepa.
No nos había pasado algo así nunca. La productora preguntó a los ejecutivos de contenidos. ¿Por qué primero les gustaba mucho, y luego nada? Pero los ejecutivos dijeron que no había solución. El rechazo venía "de arriba". El mandamás de contenidos, el baranda, el jefe de la barraca, el puto amo, llamémosle el señor Perro Viejo, había dicho que eso no, y punto en boca.
Así que hicimos lo que hacen los profesionales en estos casos. Nos encogimos de hombros y nos pusimos a otra cosa. Pero quince días después nos enteramos de una noticia curiosa. El señor Perro Viejo abandonaba su puesto en la cadena. Se iba. ¿Despedido? No. Cambiaba de bando. Se iba a la competencia. A desempeñar el mismo trabajo. Se iba a la cadena rival de mandamás de contenidos, de baranda, jefe de barraca, amo y señor.
Recordé a un profesor que tuve en el instituto. Se jubilaba el año en que me tocó en su clase, y dio un aprobado general. De acuerdo, puede que no sea justo, pero sin duda es mejor que lo que hizo el señor Perro Viejo. Uno no encuentra un trabajo de barandamandamás de un día para otro. A esos niveles, uno sabe con bastante más de quince días de antelación que va a cambiar de trabajo. ¿Qué más le daba dejar pasar nuestro capítulo? Aunque no le gustase, aunque no fuese nuestra serie. Bien pensado, le habría beneficiado dejarlo pasar, ya que era tan malo.
Oh, wait.
¿No sería al contrario? Como en los viejos tiempos: en la época dorada de Hollywood, los jefes de los estudios no compraban guiones únicamente para producirlos. Claro que no. Era igual de útil comprarlos para no producirlos. Si uno leía un guión con todas las trazas de ser un proyecto perfecto para determinada estrella que trabajaba con el estudio rival, se apresuraba a comprarlo, y guardarlo en un cajón. Así no se convertiría en un éxito de la competencia.
Eso es exactamente lo que hizo nuestro querido señor Perro Viejo. Bloqueó nuestro guión a sabiendas de que era bueno. Muy bueno. Lo mejor que habíamos escrito para televisión en nuestra vida. Porque sabía que, de estrenarse, casi seguro sería un éxito. Sólo que para entonces, sería un éxito ajeno.
El guión nunca se recuperó. Es más, ni siquiera llegaron a emitirse los capítulos ya rodados. Mientras tanto, según me cuentan, el señor Perro Viejo, ya jubilado, se da la gran vida en uno de esos chalés de la Costa del Sol con grandes vallados y cámaras de seguridad.
La próxima vez que piense usted en quejarse de que los productores no saben leer guiones, de que no identificarían un buen guión aunque lo tuviesen metido en el culo, piensen esto: a veces es peor que sí sepan identificar un buen guión.